Lic. Cristina de la Vega
Claramente
la situación global del Covid 19 ha llevado a todos a replantearnos varias
áreas de nuestra vida. Seguramente nada volverá a ser como antes. Queda entonces claro que lo que llamamos
normalidad, es una construcción que el ser humano necesita para resistir a la
incertidumbre. Nada fue igual después de las torres gemelas, cambio y luego normalizado
nos acostumbramos a ello. Ahora seguramente luego del Covid 19 ocurrirá algo
similar, es condición humana, normalizar sus comportamientos.
Algo
que en muchos países era del terreno de las empresas más innovadora, que sus
empleados trabajaran desde sus hogares, hoy es casi una conducta naturalizada.
Tendremos que plantearnos no solamente aquello vinculado a lo laboral sino
también al espacio familiar.
Este
tiempo de convivencia familiar obligatoria, de 24 horas, durante más de 50 días
y con proyección a una temporada más grande, nos impone pensar y replantear
nuestro modelo de convivencia familiar que, hasta el advenimiento del Covid19,
resultaba de una fragilidad lógica y en concordancia con los tiempos que
viviamos.
En
esta convivencia cuarentenal, fueron planteados diversos escenarios en un mismo
grupo familiar. Ya no son los 15 o 20 días de convivencia full con los
integrantes del grupo familiar, ahora requiere de convivir con las dinámicas de
cada uno de ellos en las 24 horas; sumando a ello, las preocupaciones lógicas
que trae un aislamiento social y laboral; los temores y angustias que aparecen
a medida que pasan los días, las semanas y en nuestro país los meses.
Estas
situaciones planteadas tanto en lo individual como familiar, laboral y social impactan
en cada miembro del grupo familiar. Y cada uno lo gestionará de modo diferente.
Adultos, niños y niñas sufren estrés por aislamiento y se suma a ello la
ansiedad por aislamiento forzado o ansiedad social. No hay nada más adverso
para el ser humano que la obligatoriedad a la pérdida de su libertad; aunque
esta tenga una connotación vinculada a la prevención como es en este caso. Estas
situaciones colocan a cada uno en camino de conocerse primero a sí mismo y la
necesaria pregunta “que tengo que hacer”, “cómo debo hacerlo”.
Es
entonces que el futuro ha comenzado a invadir nuestros días y con ello la
incertidumbre; el desafío actual es mantener la calma, gestionar la ansiedad y
adquirir habilidades para mantener el equilibrio emocional propio y colaborar en
sostener a quienes comparten con nosotros nuestra vida.
Esta
cuarentena hizo que el cerebro deba aprender a reconstruir cada minuto de este
tiempo; aquello que no es sabido y de lo cual no se ha adquirido experiencia
previa como es el caso de una pandemia y por tanto no tiene el cerebro
referencias donde buscar posibles soluciones.
Este conjunto de factores que aparecen altera la percepción y la
incertidumbre genera amenaza, estrés, ansiedad. El escenario de lo cotidiano ha
sufrido una alteración; no hay escape; porque en muchos casos las salidas a
trabajar o las actividades fuera del hogar conforman un modo normalizado de
escape. Los estados de incertidumbre nos
hacen pensar o esperar en el mejor de los casos que lo que viene servirá o será
para mejor; en otros casos invade la angustia y el futuro se torna como una
amenaza; de aquí puede devenir la angustia, la irritación, el enojo. Es en esta
instancia que nuestra salud emocional comienza a deteriorarse; las
representaciones dependen de la información que el cerebro ha guardado en
relación con experiencias pasadas y sus modos de resolución; pero resulta que
no hay información; porque esto es nuevo. Por tanto, la ansiedad gana una parte
de la batalla.
Ahora
bien, hay un proceso de cambio en ciernes; ¿qué debo hacer? ¿Resistirme al cambio o prepararme para el
futuro? La resistencia implica aplicar una fuerza desmedida; como intentar
remar cuando el bote está en la arena. La mejor solución para nuestra salud
emocional es prepararnos para el futuro y adaptarnos al cambio. Estar
preparados, entrenados emocionalmente, pero también estar preparado para
fallar, y es normal, es parte de cualquier proceso. Fallar en esta travesía es
algo que puede ocurrir y con ello una cascada emocional que seguramente traerá
consigo más estrés y un decaer de la motivación.
No es el fin; todo fracaso
requiere revisar el proceso y cuestionar lo aprendido; entender la energía de “lo
que pudo haber sido”. Es ahí donde una
adecuada gestión emocional y el aceptar lo que soy me conducirá a lo que quiero
ser.
Lic. Cristina de la Vega Psicoanalista
– Expertice en Inteligencia Emocional Comunicación MN 65887 – www.psicologacristinadelavega.com Escríbanos al mail
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