Debo partir cuando estoy a punto de pisar el
escalón que me lleva a la pérdida de la dignidad.
Lic. Cristina de la Vega MN 65887
En muchas de las consulta he oído decir: “ no me escucha; no me habla; no dice lo que siente; no puedo llegar a
saber que le ocurre”. Estamos en
presencia de un sujeto que siente la ausencia del otro y dispara el reclamo.
En la ausencia el lenguaje es muchas veces demasiado, pero también al
mismo tiempo es escaso; y la angustia es parte de esa escena donde todo es
incógnita; donde todo es incertidumbre. La
escena que comienza, tiene por lo menos tres actos: Primer acto: la ausencia se
hace visible, ahora bien no requiere de lo corpóreo, sino justamente de esa
ausencia desde la presencia y cuyo principal atributo es la angustia de no
saber; por tanto necesito saber y las preguntas se van acumulando sin lograr la
respuesta que calme esa angustia por ausencia. El lenguaje es casi una
metáfora; no puedo ver que el otro se ha encriptado, se ha introducido en lo
más profundo de sus silencios; nada existe o si sólo que no es accesible para
todos. Segundo acto: El enojo es parte ya de la disputa; aunque es una disputa
metaforizada, nadie se atreve a romper ese pacto de casi paz que se pretende
conservar; pero que nada dice de la relación y de la ausencia que sigue ahí
presente, incómoda. El reproche emerge como un animal temeroso pero al mismo
tiempo imposible de detener “si pudieras decir lo que te pasa” “si me entendieras”
si me escucharas”; “si fueras…”. Tercer acto: la angustia es casi imposible de
manejar, no se puede evitar el propio túnel, y la propia oscuridad; aquella que
rememora la angustia del abandono. Ese primer abandono que hizo de nuestra vida
una búsqueda permanente del objeto ausente. Se rememora la escena una y otra
vez en nuestro interior. Es la angustia de la espera, de aquella otra espera la
cual hemos rememorado tantas otras veces en tantos otras situaciones; algo del
orden del placer morboso por llegar a ningún lado.
La espera es la escena que repetimos incansablemente, en las zonas más
oscuras, en las áreas más simple de la vida y por eso es ausencia al mismo
tiempo. Ya deberíamos estar acostumbrados, sin embargo ansiedad y angustia
suelen ser partenaires imposibles de soslayar. La pregunta que se nos impone es
sobre que relación estamos hablando?. Si el otro no posee lo que yo sostengo y
ciegamente creo que posee; si en una disputa en cuanto a lenguaje no se pone en
juego otra cosa más que el status de la relación con el otro; entonces que
ausencia es la que vengo a reclamar?
En una separación la ausencia provoca
un desmonoramiento, porque ha sido el otro quien ha partido, yo me quedo aquí a
convivir con la escena angustiosa de la espera, espera de saber, espera de no
saber. Porque el otro siempre esta en perpetua partida, aun cuando no se vaya
de tu lado. De eso se tratan las relaciones. La ausencia afectiva va en un solo
sentido; sólo visible desde el punto de vista del que se queda, del que
seguramente espera; pero la flecha siempre va hacia delante desde mi punto de
vista, desde el lugar donde estoy.
Por tanto la ausencia de ese otro hermético, encriptado o bien introvertido; es sólo desde mi punto de vista y por tanto exigir presencia al ausente es casi como esperar el giro de la flecha. En realidad cuando exijo que el otro comunique su estado de animo o sea reclamo su presencia; estoy en realidad pensando que soy menos amado de lo que amo; menos aceptado de lo que acepto y por tanto mas dependiente emocional.
Lic. Cristina de la Vega - Todos los Derechos Reservados - Prohibida su reproducción total o parcial, protegido por Ley de Propiedad Intelectual.
Por tanto la ausencia de ese otro hermético, encriptado o bien introvertido; es sólo desde mi punto de vista y por tanto exigir presencia al ausente es casi como esperar el giro de la flecha. En realidad cuando exijo que el otro comunique su estado de animo o sea reclamo su presencia; estoy en realidad pensando que soy menos amado de lo que amo; menos aceptado de lo que acepto y por tanto mas dependiente emocional.
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